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J U L I O 2 0 1 0


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Hace muchos años que este viaje nos estaba esperando. La idea de viajar a la isla donde nació Rehana estuvo presente, rondando en nuestras cabezas, prácticamente desde que nos conocimos. Pero ya fuera por el recrudecimiento de la guerra, por el Tsunami del 2004, o por la pereza de vernos obligados a visitar a familia y demás, lo hemos ido posponiendo años tras año. Este verano finalmente vamos a cumplir con una gran ilusión y visitar Sri Lanka.


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sábado, 10 de julio de 2010

En la final y accidentados.

Día 11.  Trinco - Sigiriya.
Son casi las 7 de la tarde y estamos ya duchaditos, refugiándonos como podemos de los mosquitos ya que es imposible matarlos a todos, y esperando a ver si nos vamos a cenar algo y a dormir prontito, que hoy ha sido un día largo.
Queríamos salir pronto para llegar a Sigiriya y aprovechar el día. De Trinco a Sigiriya no hay más de 150 Km pero las carreteras siguen estando en esta zona bastante mermadas por la dejadez tan típica de las infraestructuras estatales. Tras un breve desayuno en casa de una antigua amiga de la madre de Rehana, estoy ya hasta el gorro de tantas amigas, hemos salido finalmente casi a las 8 y media. Nada más abandonar la ciudad nos hemos dado un topetazo con un camión que ha frenado de golpe y nos lo hemos comido. Tranquilos todos, no nos ha pasado nada y el coche sólo se ha llevado el faro izquierdo roto y la puerta desencajada. La cosa es que los chicos, que no tenían más que un golpecito en el parachoques del robusto camión, han empezado a ponerse farrucos con los papeles y el seguro. No querían hacer el papeleo propio, que tarda bastante y aún más el cobrarlo, y nos pedían dinero. Han empezado a llamar a amigos suyos y en un plis plas había como 20 chavales, no exagero, con sus motos, tuk tuks y coches, por allí rondando, como queriendo acojonarnos. Afortunadamente Shashi, curtido en mil batallas de este tipo, ha sabido lidiar con ellos. Ha venido el perito de la aseguradora sorprendentemente rápido, al cabo de una hora, y tras hacer su trabajo se ha pirado. La cosa ha acabado con 3000 rupias de por medio. Pedían 20000 los hijos de puta para dejarnos ir por los daños cometidos, y al final hemos quedado en 3000, unos 20 euros que seguramente los buitres que han ido viniendo conforme se llamaban unos a otros, se los habrán bebido a sorbos de Arrak. Si luego se preguntan por qué son un país en muchos sentidos subdesarrollado que echen un vistazo a la corrupción y el oportunismo hienero que hay en las calles.
Hemos seguido nuestro camino un poco apesadumbrados por lo ocurrido pero hemos intentado animar a Shashi para que no se sintiera culpable por lo del coche. El seguro lo pagará así que no hay motivo por el que preocuparse. Al cabo de unas horas ya estábamos en Sigiriya, en el Hotel Lion Rock, selección del driver. Nos ha gustado, son unos bungalows chulos y limpios, económicos y que están situados en medio de la jungla. Ambientaditos. Así que hemos dejado las mochilas y nos hemos directamente a visitar Sigiriya.
La montaña es impresionante. Más que una montaña es en realidad una roca, un peñón en medio de una gran explanada, puesto allí como por azar y que desde su privilegiada posición reina sobre los campos de arroz y los palmerales que se extienden a sus pies. Se asemeja a Montserrat, no por la forma, sino por su naturaleza que parece un bolet salido repentinamente de la tierra, y por el sentido religioso que le han dado aquí desde hace centenares de años. Son famosas sus pinturas murales de mujeres desnudas haciendo ofrendas de flores. Bellas damiselas que bien podrían formar parte de un harén. Para llegar a ellas hay que subir un buen rato de escaleras, primero entre las rocas y luego unas escaleras metálicas colgantes que jiñán un pelín, sobre todo si sopla el viento como lo hizo cuando subíamos. Vale la pena verlas. Si se quiere se puede subir un poco más. La entrada son las famosas zarpas de león. Se supone que para entrar, antiguamente, se tenía que meter uno por las fauces del león, que eran la entrada. Arriba estaba el supuesto palacio de uno de los primeros reyes importantes de la isla que controló desde ahí todo un pequeño imperio. Luego, al parecer, se tranformó en monasterio budista. Si no fuera por casi los 20 pavos que me han cobrado, sólo por ser extranjero, todo hubiera sido redondo. Aún así creo que ha valido la pena la visita ya que si se está aquí, por lo menos una vez, hay que hacerlo.
Arriba, empapados en sudor y con el aliento justito, me he encontrado con las chicas de oro catalanas, unas abueletas de Barcelona con una marcha que te cagas, tanta que habían subido hasta la cima. Hemos charlado un rato mientras bajábamos y no paraban de preguntar sobre Rehana y de decir lo guapa que era. Iban con la jefa de la única agencia de viajes española que vende Sri Lanka a las mayoristas españolas. He charlado con ella y me ha comentado que sólo 2 españoles viven en el país como residentes. Igualmente me ha dicho que viajan más españoles que antes y que con la crisis han aumentado los viajes extrañamente. Ha sido curioso encontrarlas porque no hay muchos catalanes por aquí.
Tras el palizón nos hemos pirado al hotel a darnos una ducha, entre las ranas que salían por todos lados, y tras cenar ahí mismo, lo de siempre para variar, nos hemos ido al catre directamente. Ha sido un día largo y mañana visitaremos Polonnaruwa, otra de las ciudades antiguas por excelencia de Sri Lanka.

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