Día 12, Sigiriya - Polonnaruwa.
El desayuno, incluido en el precio de la room, está genial. Café o té, frutita fresca recién cogida del montón de árboles que aquí tienen, papaya, mango, piña..., y un revuelto de huevo con cebollita, coco y chili que repone y despeja a cualquiera.
El plan de hoy es visitar la antigua ciudad de Polonnaruwa que hace unos 800 años fue capital del reino srilankés tras la decadencia de Sigiriya. Las 2 ciudades no distan en más de 50 Km pero se necesitan casi 2 horas de furgo para llegar por carreteras, a veces buenas y muchas otras veces muy malas, de tierra, con baches, por donde sólo cabe un vehículo y por donde se cruzan animales de todo tipo como varanos (lagartos gigantes) comadrejas, pavos reales, etc.
Para entrar y pagar sólo 2 entradas hemos tenido nuevamente que montar una estrategia y hacerlo por turnos. Primero el sueco y yo hemos pagado la astronómica cantidad de 2.800 y pico rupias, una barbaridad, casi 18 euros. Las mujeres han ido después, por libre, como si no nos conocieran y han entrado gratis, pues hablan el idioma y se han hecho pasar por locales. Algo hemos ahorrado, pero es que a los turistas los sablan de lo lindo. Es lo que hay me diría cualquiera de aquí...
No es que no me haya gustado pero sí que me ha decepcionado un poco. Las comparaciones son odiosas, siempre se dice, pero sólo había ruinas, casi nada estaba en pie, y difícilmente podía apreciarse la grandeza y la riqueza que un día tuvo Polo. Otras ciudades en ruinas que e visitado, como Ayutaya en Tailandia, o Borobudur y Prambanan en Indonesia, están mucho mejor cuidadas y restauradas, tienen mucho más que ver y son mucho más baratas.
De vuelta a Sigiriya nos hemos llevado una muy buena y grata sorpresa. Justo cuando la carretera bordeaba un gran lago, no recuerdo el nombre, hemos tenido la suerte de coincidir con una manada de elefantes salvajes que en ese preciso momento salían de la jungla para darse el baño vespertino. Un grupo de unos 30 ejemplares, con un macho inmenso de un sólo colmillo y un montón de hembras con pequeños elefantitos. Sí, he dicho bien, elefantes salvajes, libres, aún existen aquí y es un lujo poder verlos así. Aunque muchos campesinos de por aquí no piensan igual, pues les invaden los campos e incluso ha habido ataques. Viéndolo con detenimiento, quizá ocurra porque el hombre ha invadido su espacio natural y los animales no tienen otro remedio que cruzar por ciertos lugares y defenderse si son atacados, no? En ciertas zonas hay torres de vigilancia para auyentarlos y cuando se acercan demasiado se encienden antorchas y se lanzan petardos. Se oyen muchas noches y el pensar que puede haber wild elephants cerca de tu habitación es cuanto menos excitante.
Sintiéndonos afortunados y más pegajosos que la hostia hemos llegado al hotel. Hemos papeado como siempre, bien y con las manos, y tras echar unas charlas con otros viajeros que por allí andaban, nos hemos recogido prontito. Mañana más, nos adentramos en el Hill Country, las tierras altas.
El desayuno, incluido en el precio de la room, está genial. Café o té, frutita fresca recién cogida del montón de árboles que aquí tienen, papaya, mango, piña..., y un revuelto de huevo con cebollita, coco y chili que repone y despeja a cualquiera.
El plan de hoy es visitar la antigua ciudad de Polonnaruwa que hace unos 800 años fue capital del reino srilankés tras la decadencia de Sigiriya. Las 2 ciudades no distan en más de 50 Km pero se necesitan casi 2 horas de furgo para llegar por carreteras, a veces buenas y muchas otras veces muy malas, de tierra, con baches, por donde sólo cabe un vehículo y por donde se cruzan animales de todo tipo como varanos (lagartos gigantes) comadrejas, pavos reales, etc.
Para entrar y pagar sólo 2 entradas hemos tenido nuevamente que montar una estrategia y hacerlo por turnos. Primero el sueco y yo hemos pagado la astronómica cantidad de 2.800 y pico rupias, una barbaridad, casi 18 euros. Las mujeres han ido después, por libre, como si no nos conocieran y han entrado gratis, pues hablan el idioma y se han hecho pasar por locales. Algo hemos ahorrado, pero es que a los turistas los sablan de lo lindo. Es lo que hay me diría cualquiera de aquí...
No es que no me haya gustado pero sí que me ha decepcionado un poco. Las comparaciones son odiosas, siempre se dice, pero sólo había ruinas, casi nada estaba en pie, y difícilmente podía apreciarse la grandeza y la riqueza que un día tuvo Polo. Otras ciudades en ruinas que e visitado, como Ayutaya en Tailandia, o Borobudur y Prambanan en Indonesia, están mucho mejor cuidadas y restauradas, tienen mucho más que ver y son mucho más baratas.
De vuelta a Sigiriya nos hemos llevado una muy buena y grata sorpresa. Justo cuando la carretera bordeaba un gran lago, no recuerdo el nombre, hemos tenido la suerte de coincidir con una manada de elefantes salvajes que en ese preciso momento salían de la jungla para darse el baño vespertino. Un grupo de unos 30 ejemplares, con un macho inmenso de un sólo colmillo y un montón de hembras con pequeños elefantitos. Sí, he dicho bien, elefantes salvajes, libres, aún existen aquí y es un lujo poder verlos así. Aunque muchos campesinos de por aquí no piensan igual, pues les invaden los campos e incluso ha habido ataques. Viéndolo con detenimiento, quizá ocurra porque el hombre ha invadido su espacio natural y los animales no tienen otro remedio que cruzar por ciertos lugares y defenderse si son atacados, no? En ciertas zonas hay torres de vigilancia para auyentarlos y cuando se acercan demasiado se encienden antorchas y se lanzan petardos. Se oyen muchas noches y el pensar que puede haber wild elephants cerca de tu habitación es cuanto menos excitante.
Sintiéndonos afortunados y más pegajosos que la hostia hemos llegado al hotel. Hemos papeado como siempre, bien y con las manos, y tras echar unas charlas con otros viajeros que por allí andaban, nos hemos recogido prontito. Mañana más, nos adentramos en el Hill Country, las tierras altas.
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